DESDE UNA BIBLIOTECA VACÍA
Cuando está a punto de comenzar abril y ya la primavera se instala...cuando nos aguardan silenciosos
los libros que no terminamos...
Biblioteca
Cuántos libros. Hileras de libros, galerías de libros,
perspectivas de libros en este vasto cementerio del pensamiento, donde ya todo
es igual, y que el pensamiento muera no importa. Porque también mueren los
libros, aunque nadie parezca apercibirse del olor (quizá abunda por aquí
literatura francesa, con sus modas que sólo contienen muerte) exhalado por
tantos volúmenes corrompiéndose lentamente en sus nichos. ¿Era esto lo que
ellos, sus autores, esperaban? Ahí está la inmortalidad para después, en la cual
se han resuelto horas amargas que fueron vida, y la soledad de entonces es
idéntica a la de ahora: nada y nadie.
Mas un libro debe ser cosa
viva, y su lectura revelación maravillada tras de la cual quien leyó ya no es
el mismo, o lo es más de como antes lo era. De no ser así el libro, para poco
sirve su conocimiento, pues el saber ocupa lugar, tanto que puede desplazar a
la inteligencia, como esta biblioteca al campo que antes aquí había.
Que la lectura no sea contigo, como sí lo es
con tantos frecuentadores de libros, leer para morir. Sacude de tus manos ese
polvo bárbaramente intelectual, y deja esta biblioteca, donde acaso tu
pensamiento podrá momificado alojarse un día. Aún estás a tiempo y la tarde es
buena para marchar al río, por aguas nadan cuerpos juveniles más instructivos
que muchos libros, incluido entre ellos algún libro tuyo posible. Ah, redimir
sobre la tierra, suficiente y completo como un árbol, las horas excesivas de
lectura.
Luis Cernuda, Ocnos
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